La gente tiene la culpa
Por Alfredo Germys*
Por lo general, sí. La gente tiene la culpa, incluso cuando hace las cosas bien y sobre todo cuando las hace mal. La gente tiene la culpa de todo. Esa entelequia narrativa fantástico-maravilloso, la gente. Por sentido común y etimológico, es una muchedumbre, una pluralidad de personas. También se refiere, con respecto a quien manda, a quien tiene el poder, a un conjunto de personas que dependen de él. Distingue además las categorías de una sociedad: gente de guita, gente pobre, gente de mierda, gente mala, gente de bien.
Lo cierto es que ningún lenguaje tiene el poder de atravesar todos los tiempos. Es decir, ninguna verdad es absoluta, ni mucho menos para atrás ni mucho menos para adelante; ni ciertamente por mucho esfuerzo que hagamos, ninguna verdad es absoluta. Lo que hay, dice Foucault, son relaciones de poder. Y quien tiene el poder, puede construir los significantes simbólicos que organizan la realidad, para que la podamos ver de una o de otra manera.
¿Quiénes serían las gentes de bien? ¿Y quiénes serían los malos? Evidentemente son preguntas que a la gente siempre preocupó mucho, desde que el mundo es mundo los relatos orales y escritos nos cuentan historias poniendo a unos en un lugar y a otros en otro lugar. El alumbramiento, si por caso tal hay uno, es imponer una verdad y hacerla pasar por la verdad. Todo esto, claro, desde una precaria torre panóptica de conocimientos empíricos, que la gente va juntado a lo largo de su vida.
Pendulamos (parece) eternamente. No interpelamos la realidad, sólo la juzgamos. Esquivamos complejizar, no preguntamos. Nos dirimimos entre pasionales binomios providenciales para sentirnos más seguros, y determinar nuestra minúscula y breve supervivencia. Que a la gente no le interesa esto, que a la gente no le interesa esto otro. ¿Qué le interesa a la gente? ¿Quién decide qué interesa a la gente y qué no?
Y si realmente importa, cómo lo hacen. De qué maneras expresan lo que les importa y lo que no. La Pitonisa Faro Moral de la República, delató este sentimiento en una histórica fábula poética televisiva, ante la profunda mirada reflexiva de un periodista especialista en gramáticas políticas: Qué dice la gente en la calle. / La gente en la calle dice: que se vayan. / La gente en la calle dice: los quiero matar. / La gente en la calle dice: a ver si los derrumban. Y al final remata para la tribuna socrática: “La sociedad reproduce el poder, porque es una cultura.”
La gente está cansada. La gente está podrida. La gente ya no llega a fin de mes. La gente odia a los políticos. La gente no es tonta, la gente sabe. Sabe que le están afanando. La gente los odia… Y así podríamos seguir en una lista larga y aburrida de lugares comunes y tediosos donde se atribuye a la gente toda clase de conocimientos y pulsiones pasionales que supuestamente describen la realidad tajante de quien dispara como catapultas sus verdades diarias, abombadas como la carne en proceso de putrefacción, o como salchichas sancochadas.
Eduardo Grüner, ensayista, sociólogo y profesor universitario, que acaba de editar La tentación del desastre, interpeló nuestra realidad en una entrevista que dio para Página/12: “Lo que se ve hoy en nuestro país es una degradación extrema, una verdadera descomposición social, cultural y política. Están, por supuesto, el crecimiento exponencial de la pobreza, la indigencia, la desocupación. Pero está, además, el crecimiento de la ignorancia, la hostilidad cotidiana, la indiferencia, la guerra de todos contra todos”.
“Pareciera que estamos ante una crisis casi terminal de nuestra cultura, sin que aparezca un proyecto alternativo, al menos con suficiente llegada a las masas populares. Para volver a la tan socorrida idea de Gramsci, es en el vacío entre lo que no termina de morir y lo que no se decide a nacer que aparecen los peores monstruos. El humanismo crítico, si existe tal cosa, empieza por tomar nota de la catástrofe. Y quiero ser claro en esto: como aborrezco la corrección política y desconfío del progresismo biempensante, no pienso disculpar ni comprender a quienes votaron lo que votaron: también sabían lo que hacían, e igual lo hicieron. En el mejor de los casos son el síntoma patológico de la descomposición que mencionábamos”.
Y en el peor de los casos, la gente tiene la culpa. Pero la gente sabe. No hay que atormentarla tanto porque tuvo la culpa, tuvo la culpa y ya está. Qué le vamos a hacer. El mundo es hoy más escandaloso que nunca, y mientras la lobotomizada clase media quiere colgar del puente a quien se robó la gallina, los invisibles sectores financieros corporativos de la City porteña la siguen fugando la siguen timbeando. Así las cosas, así el putridarium de la gente de bien, así las fuerzas del cielo.
*Escritor, editor en Literatura Tropical
@literatura_tropical