OPINIÓN Por Alfredo Germys 11 de mayo de 2024

AGUATURBIAS TROPICALES: El mundo es una mierda, pero es lo que tenemos

 AGUATURBIAS TROPICALES: El mundo es una mierda, pero es lo que tenemos 

 La obra del escritor estadounidense de ciencia ficción Philip K. Dick posee un prisma de singular audacia que capaz refracta en cada uno de sus personajes, que ya no se preguntan qué es lo real, sino quién lo es. ¿Quiénes son reales? A cualquier pelotudx bastaría apoyar su mano sobre la de otrx pelotudx para comprobarlo, lo cual, ciertamente, todo sentido común señala hacer. Pero sin embargo no refiero a esa clase de cosas, las que puedan tocarse, mirarse, sentirse. Hablo de la gente que reproduce los discursos oficiales dominantes diseñados a lo largo de la historia por los opresores, sin reacción crítica siquiera ante el derrumbamiento de su propia minúscula realidad.

Hay una confusión programada, el mundo es un pedazo de mierda, sí, pero es lo único que tenemos. Y el mundo, hay que recordarlo todo el tiempo, siempre, siempre —tres veces siempre— puede ser un lugar peor. Y probablemente lo será. Y probablemente ya lo es. (Y probablemente lo fue). 

Lo que en ninguna realidad alterna debería ocurrir es encontrar a una persona (o sea, digamos), un organismo vivo, que, a la vista, podemos ver, tiene una herida de gravedad; y, sin embargo, para ayudarlo, una loca idea prevalece por las demás, que es entrar a darle patadas en la cabeza, no sólo para probar si matándolo revive, sino también hacerlo porque tengo la fe y la esperanza que el muerto va a revivir y que, levantado de entre los muertos, volverá mejor persona el fiambre, porque si estuvo en el suelo, gravemente herido, por algo fue, seguramente la culpa tuvo.

Esta es la locura irreversible de la que no podremos volver. En algún momento, entre tecnología y barbarie, las personas dejaron de ser reales. La experiencia filosófica a la que adhieren las ultraderechas y multimillonarios del mundo, el largoplacismo radical: plantea que es inútil poner alimentos en los estómagos de la gente, de todas maneras, todos morirán. Igual que el mundo, es inevitable un apocalipsis climático, razón por la cual necesitamos colonizar, en principio, nuestra galaxia, o por lo menos empezar a hacerlo. Lo que sí, dicen los largoplacistas, es que solo podremos salvar a la condición humana si los que nos salvamos primero somos nosotros.

Siempre es curioso (hasta que deja de serlo, claro) escuchar a pelodudxs comunes y corrientes expresarse como lo hicieran grandes jerarcas nazis. O como si tuvieran millones de dólares “ahorrados” en Delaware, si a duras penas llegan a crotos. Que el pasado no pueda tocarse, no significa que no haya existido. Parece mentira tener que volver a decirlo corriendo el Siglo XXI. Tener que estar repitiéndolo todo el tiempo, como si ya no tuviéramos suficiente con el espectáculo virtual y perturbador que son las redes sociales. 

El gran libro de ensayos Tecnología y barbarie de Michel Nieva ubica a la tecnología como lugar de fricción entre civilización y barbarie. De hecho, dice, la paradoja tecnológica habita en el error mismo, de un dispositivo que fue diseñado especialmente para enmendar (justamente) errores específicos, en realidad los comete. “La literatura argentina surge en el marco del proyecto civilizador de construir un país agroexportador, proyecto en el que, podríamos decir, fundamentalmente cuatro dispositivos tecnológicos y novedosos para la época ocuparon un lugar decisivo: el fusil Remington Patria, el telégrafo, el alambre de púas y la picana”.

Con los dos primeros conquistaron el Desierto argentino, la distopía salvaje y bárbara. Masacrada y expulsada la indiada, después se repartieron pedazos de distopía entre ellos y la alambraron para que no cuatrereen ni les roben sus vaquitas, sus pedacitos de hectáreas, que ellos naturalmente convertirían en utopía civilizada, manteniendo a raya a las vaquitas con la picana, que en algún futuro también usarían para enderezar “ideas subversivas”.  

El proyecto extractivista y colonialista del régimen libertario tiene en marcha un plan de exterminio de la clase media y las clases populares, igualito a la Conquista del Desierto, pero en versión Siglo XXI. Para ello utiliza la desazón del desempleo y la soledad de la confusión programada, la incertidumbre, el miedo y el disciplinamiento a través de la utopía libertaria, el país que seremos en 30, 45 años, y toda la sarta de huevadas incomprensibles que sus bots terraplanistas repiten como una macabra letanía sepulcral. Por eso, es menester derribarlo a como dé lugar. (Me refiero al proyecto de exterminio). Pues si cae por su propio peso, corremos el riesgo de quedar sepultados bajos sus escombros.    

Por Alfredo Germys*

*Escritor, editor en Literatura Tropical

@literatura_tropical

        

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